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Cuentan que en algún lugar de la costa, donde el mar rompe con fuerza contra la costa y las praderas huelen a sal, hace muchos muchos años vivía un marinero enamorado. Todas las tardes acompañaba a una joven pastora a recoger su rebaño que pastaba en las praderas que daban a los acantilados que caían al mar.
Mientras el sol se hundía en el mar y teñía de rojo intenso todo, él le contaba sus mejores capturas, y mientras, ella tumbada y con la cabeza reposada en las piernas de él, le escuchaba mirando al mar pensando que bonito era el amor que él sentía por el mar. Y él le acariciaba el pelo.
Una tarde, cuando el sol ya se ha derretido en el mar y comienzan las primeras estrellas a aparecer, una gran estrella fugaz atravesó el cielo hasta caer en el horizonte. Ella triste exclamó: "el cielo ha perdido una estrella"
Y él le respondió: "mañana zarpo a buscarla y te la repongo. Tus ojos no pueden perder el reflejo de una estrella". Ella sonrió.
La tarde siguiente, el marinero no acudió a su cita. Ni tampoco las siguientes tardes.
Extrañada, bajo un día al pueblo y preguntó por él. Una joven que reparaba las redes en el puerto le dijo: " Hace días que zarpó. Dijo que iba a por la captura más importante de su vida, para que unos ojos no perdiesen su brillo, y no ha vuelto desde entonces"
Entonces, la pastora comprendió, y un escalofrío recorrió su cuerpo. Se dió cuenta que cuando él le contaba sus capturas acariciándole el pelo, no miraba enamorado al mar, la miraba a ella.
Salió corriendo hasta la pequeña ermita que cuelga de los acantilados, y desde aquel día todos los atardeceres toca su campana tres veces deseando que el marinero las oiga y encuentre el camino de vuelta.
Y mientras, el resto de los marineros se adentran en el mar, en busca de un marinero con su estrella.